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Experiencias de viaje, montaña y mochila.
Viaje a dedo por la costa brava - floren y olga - saltoexplorers

Una semana después de la escapada por el País Vasco con O. nos fuimos a la Costa Brava. El plan era dormir tres noches en la playa y conocer partes del Camino de Ronda. Salimos de Barcelona con tan poca organización que en lo imprevisto pasamos dos noches en carpa y una en la casa de un francés que nos levantó con su auto en Figueres. Apareció como si un portal de otra realidad paralela se hubiera abierto en medio de la ruta. Esa última tarde hizo, de los contrastes que uno vive cuando viaja, una constante.

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Playa para dos en la Reserva Natural de Empuriabrava.

Lo encaramos desde la comarca del Alto Ampurdán. La primera noche pusimos la carpa casi en la arena, al lado del mar. Oscuridad total. Se veían, a los costados y algo a lo lejos, las luces de Roses y de Empuriabrava. Nos levantamos al día siguiente por el calor del sol pegándole a la carpa a las 9 de la mañana. Las primeras dos horas la playa fue solo nuestra. Hicimos topless. Nadamos. El sol explotó encima nuestro. Después del mediodía el clima se hizo insoportable y nos pareció que la solución era buscar una playa menos desértica, en la que corriera más aire. Se nos ocurrió que podíamos llegar a Roses caminando.

Empecé a sentir que no avanzábamos. Hasta que llegamos a un río. Propuse que si no lo cruzábamos lo bordeáramos hasta llegar a la ruta y que ahí hiciéramos dedo. El problema fue que al rato nos dimos cuenta de que habíamos dormido en medio de una reserva natural. La ruta estaba más lejos de lo que pensábamos y el lugar se hacía cada vez menos transitable -después nos enteraríamos de que estábamos sobre una marisma. No había otra salida que la que habíamos usado para entrar.

Volvimos por nuestros pasos hasta llegar a un complejo de camping. Entramos a comprar agua y cerveza fría. Moríamos de calor. Los hombros me ardían como nunca antes me había ardido nada. Tiramos la basura que veníamos cargando. De repente vimos que  las duchas estaban muy accesibles. Meterse no suponía una jugada tan ninja. Dejamos las mochilas apoyadas en una pared y abrimos el agua fría como si estuviéramos en el spa de un hotel cinco estrellas. Nosotras, huéspedes vip.

Hicimos dedo en la salida/entrada del camping. Nos dejaron cerca de la ruta, conseguimos un cartón y lo usamos como cartel. Escribimos “Cadaqués”. La idea de llegar ahí en menos de una hora nos sedujo. Roses quedaría atrás. Un hombre nos acercó a una especie de rotonda desde la que, según el, algunos autos tomaban la ruta a Cadaqués. Al rato nos levantó un chico chileno y nos llevó hasta el centro del pueblito blanco donde vivió Dalí y que yo había visitado en el invierno, en un viaje distinto.

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Dedo a Cadaqués.

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Caminamos alejándonos del centro de la ciudad lleno de bares y terracitas. Queríamos ir a la playa, poner la carpa cerca del mar como la noche anterior. Todo era muy diferente a como lo recordaba del invierno. Y eso lo hacía todavía mejor.

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No hay arena en Cadaqués pero sí caminos marcados.

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Entré a un atelier vidriado pensando que era un bar y le pedí a la dueña del lugar para ir al baño. Ella estaba sentada con un hombre afuera, en un banquito, tomando una cerveza.

-Pero esto es mi casa, es mi taller – dijo riéndose.

Los músculos de mi cara me hicieron olvidar del baño.

-Al igual, ves al baño – dijo con acentito catalán.

Fue una orden. Agaché la cabeza y pasé adentro del lugar. Me desenvolví como si conociera lo que había detrás de cada puerta. Antes de salir miré alrededor. Sentí olor a acrílico, vi bastidores encima de una barra, pinceles por todos lados. El vidrio casi que no se diferenciaba del exterior. Vi que O. seguía esperándome en el mismo lugar cerca de los pescadores, le dije merci a la catalana y me fui.

A los diez minutos encontramos el spot perfecto para la carpa, al costado del camino. Nos adueñamos de un terreno con mucho verde, al costado de una casa con patio grande. Dimos por sentado que estaba vacía. Armamos la carpa cuando bajó el sol. Nadie nos diría nada. GOPR0844.JPG

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Enfrente teníamos un parque de piedras escarpadas. Filmamos y sacamos fotos. Buscamos una que fuera perfecta para hacer de mesa y silla a la vez y cenamos. Más que un comedor, estábamos adentro de una ola de piedra. Me empezó a doler la cabeza. Por la mañana nos había levantado la carpa hecha un sauna.

Una vez hecha la carpa, entramos y me acosté con los ojos cerrados. O. agarró un libro y yo me quedé dormida sin querer.

Al día siguiente me levanté renovada y al salir de la carpa el viento del mar terminó de despertarme. No podía creer que estuviéramos ahí. Que el color fuera real. Que el aire fuera real. Que la carpa y O. fueran reales. Que yo lo fuera también.

La carpa estaba en un lugar ideal, absorbiéndolo todo. Las piedras desde las que habíamos visto el atardecer del día anterior ahora se habían puesto en fila y hacían de muelle natural. Uno va y descubre. Yo dejé que las cosas me contaran.

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Caminamos mucho bajo el sol. El camino seguía y yo estaba convencida de que nos dejaría en Portlligat en algún momento. Descubrimos que Cadaqués se estaba ampliando. Hay terrenos en obra y calles asfaltadas que nos recalentaban los pies. La suela de mis sandalias iba a derretirse.

Llegamos a un lugar del que no había salida ni camino aparente. Igual que el día anterior en las marismas pero ahora solo había piedras, agua y yates. Portlligat nos saludaba con un guiño. Y ahora? Preguntamos y nos dijeron que volviéramos y que buscáramos el camino, que había uno pero que no iba tan pegado a la costa. Volvimos. Nos metimos en un montecito, pasamos por casas, patios y calles y un perro nos acompañó un tramo. Finalmente encontré una señal y la seguimos. De a poco Portlligat se mostró accesible. Ya saludaba enserio.GOPR0900.JPG

El reflejo del agua y el material de los barcos hizo de la vista un flash continuo. De repente nos vinieron ganas de estar en una calita desierta donde solo habitara la arena. No queríamos nadar entre barcos. No queríamos estar en medio de todo eso.

En Portlligat una casa antigua de pescadores se convirtió en otra cosa cuando Dalí puso un huevo en el techo. Volvió a transformarse cuando el murió y de eso quedó un museo. No sé si esa es la historia pero en Portlligat hay una burbuja de arte que puede perderte un poco como la obra laberíntica que vivimos en el Guggenheim.

No entramos. En Cataluña se fomenta tanto el turismo cultural que todos los lugares “de interés” revientan las 24 horas de casi todos los días del año. De Dalí prefiero leer el manifiesto surrealista cada tanto. Y listo. Preferimos alquilar un kayak e ir hasta una islita en la que tomar sol.

Cuando lo devolvimos salimos a la ruta a hacer dedo. A Cap de Creus decidimos no ir. Nuestra nueva expectativa: alguien volvería de Cadaqués a otro lugar de la Costa Brava. Nos levantó una pareja en un auto alquilado. Nos dejaron en una estación de servicio en las afueras de Roses. La clave era salir de Cadaqués así que creímos que todo estaba a favor nuestro. Devenimos en un sorteo de autos.  Mientras O. hacía dedo en la ruta yo averiguaba en la estación de servicio a dónde iba la gente con autos o camionetas que veía con espacio para dos. Vi una mini van y me acerqué.

-Hola, a dónde vas?

– Hola- dijo un flaco – me estoy volviendo.

-Para la playa?

– No, hacia adentro de Cataluña. Dónde quieres ir?- me hizo feliz la expresión “adentro de Cataluña” aunque a la vez ya descartaba el viaje en “furgoneta”.

-Estuvimos en Cadaqués hoy. Queremos arena- le dije riendo.

– Nosotros pasaremos por Figueres, la peña desde allí va a Barcelona o a la playa. Pueden coger algún coche seguro.

Era mucho el desvío pero el sonaba convincente. Apareció la chica que estaba con el y me dijo que había visto a O. haciendo dedo, que las dos con las mochilas entrabamos más que bien. De golpe O. apareció en un auto rojo descapotable. Todo pasó muy rápido y teníamos que decidir sin saber bien qué nos convenía hacer. Las ganas de librarse al azar eran altas: “veamos qué sale estando ahí y lo hacemos”. Con esa actitud nada podía salir tan mal.

Los de la van nos dieron más confianza. A la media hora nos dejaron en medio del asfalto en las afueras de Figueres. Entonces vimos que no había sido del todo acertado. Entendimos que no sabíamos a dónde estábamos ni cuáles eran las calles sobre las que podíamos pararnos a hacer dedo. Ni cual era la dirección a Barcelona, a Francia o a la playa. Preguntamos. Nos dijeron cómo llegar a una rotonda desde la que se sale de la ciudad “con dirección a la playa” y fuimos. Pararon muy pocos autos. Ninguno iba a la playa. Ya eran casi las 6 de la tarde. O. me dio un ultimátum de “o dormimos acá en una plaza o volvemos a Barcelona”. Yo seguía positiva. Algo iba a salir y volver esa noche a Barcelona no era una opción. Quedarme en algo así como un barrio industrial en carpa tampoco.

Mientras comentábamos una vez más nuestras opciones, sin prestar atención a los autos que salían de la rotonda, se estacionó un tipo con una camioneta y nos preguntó a dónde queríamos ir. Le dijimos que nos quedaba una última noche de viaje y que queríamos pasarla en la playa. Demasiada información.

Nos dijo que nos subiéramos, que el nos llevaba. Y todo perfecto pero a dónde. Nos subimos. Nos dijo que tenía un bote y que con eso podíamos ir a donde quisiéramos. Yo pensaba en la hora. No era hora para salir al mar. Con O. hablábamos en inglés entre nosotras pero con este tipo ni siquiera llegábamos a un spanglish fluido. O. me pidió mi teléfono y escribió en un borrador de mensaje “I dont trust this guy but I like the idea of boat -inserte emoji XD aquí- we have to be careful”. Me reí. Lo del bote suponía un contraste total con la situación de la que estábamos saliendo. La miré asintiendo y seguimos escuchando al que, para ese entonces,  ya sabíamos que era francés y que tenía una casa en Empuriabrava, donde habíamos dormido con la carpa la primera noche. Al tipo no le quité la mirada de encima, “be careful” para mí era quedate atenta, estudialo. Y eso hice durante todo el trayecto.

-Its dangerous for you to stay in the road- dijo el tipo en un momento de la charla que le habíamos sacado.

-but we are fine and we travel together like this before.

-You are two girls.

Lo mismo de siempre, pensé. Y en eso se metió en la ciudad en vez de ir a la playa, cosa que ya conocíamos cómo. Dobló de golpe en una cuadra y estacionó afuera de una casa.

-We said we want to go to the beach – le dije.

-Come – dijo – come to see and then you decide. You’ll understand.

No, la verdad que no entiendo, pensé. Me bajé y lo acompañé hasta una puerta que el abría y que supuse que daba a un patio. Así fue. De la nada vi el bote del que nos venía hablando. No era un bote, era un yate estacionado en un muelle en el patio de una casa. Del patio habíá salida al mar? De golpe se había vuelto todo muy irreal. Cómo es que hay algo así como una Venecia top en el medio de la Costa Brava? En la cabeza seguía resistiéndome, todas las alarmas que vienen incorporadas en una mina de 20 años solo por ser mujer, encendidas. De golpe me di cuenta de que O. estaba atrás mío, viendo lo mismo que yo.

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Y, de nuevo, la indecisión.

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Repaso mental cual diapositiva en una presentación de la que se te acaba el tiempo. Conclusión resumida de lo que no queríamos hacer: volver a la ruta. La ruta solo nos haría volver a Barcelona. Y acá estábamos donde el viaje seguía sucediendo, en el patio de un francés de casi 60 años que nos estaba invitando a su yate. Sin más.

Todas las demás giladas de la cabeza, hasta ese momento, eran nuestras. La sugestión es propia aunque esté alimentada por todo el bombardeo de cosas que te dicen sobre una mujer haciendo dedo. Y me niego a quedarme quieta en mi casa o en mi ciudad por el miedo que nos imponen a salir a la ruta. Soy mujer y no estoy viajando sola, somos dos mujeres viajando juntas. Soy mujer y sé lo que quiero hacer y lo que no quiero hacer y se me va a respetar eso y no por eso tengo que salir muerta de acá.

Nos subimos al bote. Nos tiramos de bomba al mar. Volvimos a la casa del francés. Le pregunté si tenía aloe vera para O., que se le explotaba la piel de quemada. Me trajo una tijera y me mostró la planta. Me dijo que sacara lo que necesitáramos. Le dije que después nos llevara a la playa. Que teníamos carpa para dormir.

-Relax – dijo.

Se hacía de noche y dijo que nos quería cocinar. Yo le expliqué que no era por decirle a todo que no. Que tampoco me preocupaba pasar por aburrida. Entonces O. le dijo que no estábamos del todo seguras, que no lo conocíamos, que de la nada nos había llevado a su casa. No era lo que esperábamos de el ni queríamos darle ninguna expectativa de nada. Ya me había tirado un par de chamuyos (rasgos latinos “lindos”) que a ninguna de las dos nos dio risa y también había dicho que a dos chicas “así” hay que “tratarlas bien”. Así cómo? Tratarlas cómo? “Hay que hacerlo”? Es decir, es una obligación? Te hace más hombre eso?

Entonces dijo que se quedaba tranquilo si nos quedábamos ahí aceptando lo que el quisiera compartirnos. Que la carpa de noche era peligrosa, que ese fin de semana no había estado con sus hijos y que prefería tener a alguien con quien charlar. Entonces le dije que nos tratara así, como personas con quienes charlar. No hacía falta que dijera a cada rato “what a pretty girls I’ve found” (qué chicas lindas que encontré). Me miró y asintió. Yo también lo miré tratando de escucharlo y de verlo. De confiar. Yo estaba segura de mí aunque la contradicción me salía por los ojos. No es timidez por lo que no le sigo el juego. No es porque no me quiera relajar. Al contrario, de todo lo que nos invitó estuve agradecida. Solo quería que notara mi punto. Que lo viera como yo veía el suyo.

-But if you seem pretty to me I want you to know.

-ok, thank you- le dije, dejando de lado el intento por construir puntos de acuerdo, decidiendo que me pondría un tapón en la oreja cuando dijera más cosas estilo hombre-impresionando-mujeres. Creo que ni siquiera notó que nosotras dos estábamos juntas. Estábamos ahí y nos quiso hacer sentir bien pero, en sí, fuimos invisibles. Solo faltó que preguntara: “y dónde están sus novios?” .

Quise tener más herramientas para poder encontrarme con el más allá de la barrera de género y de edad. Un gracias no alcanza para que vea todo lo que hay debajo, todo lo que está dando por sentado, todo lo que cree que está bien hacer. Un “ok, gracias” no alcanza para que vea que, como mujeres, no nos limitamos a aceptar lo que nos dé y sonreír solo por que el así lo espera. No tenía de qué protegernos ni se justificaba que nos dijera cosas, desde su perspectiva, lindas, “porque es lo que le corresponde a un hombre educado”. No. No estamos para que el desarrolle su nobleza ni para darle con qué medirse más tarde con otros hombres.

Intentó impresionarnos pero el también era algo más que un hombre de 60 años y yo-22 años-mujer decidí tomarlo así, ver más allá. Si podíamos decidir entre los tres el límite, qué sí y qué no, mientras la estuviéramos pasando bien y a los tres nos cerrara el plan, nos quedábamos. Solo así concibo la libertad.

Nos dio cosas para que preparáramos una picada mientras el cocinaba las pastas. Abrimos un vino. Comimos afuera. Nos habló de su trabajo, nos mostró fotos de sus hijos. Nos contó que tenía un hotel en Isla Margarita. Que trabajó en Hollywood, en películas de época armando los banquetes que se veían en las escenas de fiestas, comedores, etc. Nosotras le contamos algunas cosas, sobretodo lo que estábamos haciendo en Barcelona. Pusimos y levantamos la mesa entre los tres. Al final le agradecimos por el paseo en yate y por la cena. Nos dijo que podíamos usar la habitación que estaba al lado del baño y que al día siguiente el se levantaba temprano, que tenía que trabajar.

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Por la mañana nos levantamos, el tomó un café y nos llevó a una estación de servicio cerca de la ruta. Al lado había un Mercadona. Compramos algo para desayunar y desde ahí hicimos dedo hasta Barcelona. GOPR0946.JPG

Un chico nos llevó por la autopista hasta otra estación de servicio. Hicimos dedo de nuevo. Un camionero nos dijo que si fuera por el nos llevaría pero que la empresa lo controlaba. Una mujer bajó el vidrio de su auto y nos dijo “a los turistas no los llevo a ningún lado”. Nos reímos por los mundos que hay adentro de cada uno. La diferencia entre la gente abierta y la gente cerrada. Lo distinto que es hablar con alguien que quiere compartir y con alguien que le tiene miedo al encuentro con el otro y a sí mismo. Lo importante que es decir sí a las oportunidades para conocer, entender al otro, encontrarse en o con el otro. La riqueza que sale de algo así es enorme y queda adentro de uno marcando cosas que después salen en las situaciones que uno menos espera.

Finalmente nos levantó un hombre que iba a Barcelona por trámites y no quería saber nada con eso de meterse en el centro. Me pidió indicaciones para ir a una oficina de no sé qué que yo no conocía pero que sí ubicaba la dirección. Nos dejó en Plaza Cataluña y fuimos a tomarnos una cerveza de cierre viajero.

Vivo marcada por las personas que se asumen, que deciden abrirse, que apuestan y que viven para conocerse a sí y para conocer a los demás. La experiencia de estar en alarma solo sirve como antesala. Apagas la alarma y te das cuenta que enfrente tuyo está la oportunidad de disfrutar de lo que hay y es en un momento único.

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