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Experiencias de viaje, montaña y mochila.
Cerro del medio, Ushuaia. Verano 2016.

Un signo multiforme

pasaba sin el filtro del bosque,

sin la mirada del viento.

Con la síntesis entre

encuentros y palabras

armo visiones de lo que sentí

sonidos repetitivos llegan

y no es el piano del piso de arriba.

Dos años de asfalto,

una urbanidad aprendida

el apuro impuesto.

Contacto con la calle,

la noche,

el deseo.

Música under y fiestas

tan interminables como una canción de Invisible.

Mi cabeza, un revuelo

no saber dormir si no es con alguien.

Aterrizar en la ciudad donde crecí fue apagar un horno.

Pasé dos años buscándome

afuera del principio, me veía lejos

al fin del mundo le tuve miedo

a esa vuelta, y

entonces el momento de poner

fecha de comprar

un pasaje de avión.

Después de dos años volví a esa ciudad donde jugaba a armar casas con ramas de lenga, donde diciembre atardece a las once de la noche, donde aprendí a patear la pelota contra un paredón, donde mis pies tocaron su primera cumbre.

Durante dos años sin volver me metí en ciudades como si fueran personas y en personas como si fueran ciudades. Estuve en festivales de música y recitales de poesía, ahorré para comprarme libros, crucé avenidas y calles negándome a usar el subte, usé baños públicos como si en ellos encontrara figuritas para coleccionar -casi nunca estaba en casa-, puse “feminismo” en Google y se me acumularon más de veinte pestañas con información nueva.

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Reflejo

Lo que me había guardado para más adelante se me impuso.

Estudié en Buenos Aires pero descubrí mi ritmo en Barcelona. Lo que conocí de esa ciudad es la suma de las miradas que se metieron un rato en la mía. Ahí conocí todo lo que puedo ser cuando me doy espacio y veo el espacio que traen quienes andan por ahí.

Leí sobre anarquismo relacional. Llegaron compañeras de viaje hasta que el reloj de arena que era mi visado se rompió. No hubo más tiempo. Forma y contenido se subieron al vuelo Barcelona-Buenos Aires conmigo. Volví a Argentina.

Lo que uno es, es ahora. Por qué nos metemos en cajas de cajitas en cajones cerrados en otras cajas.

El movimiento es más elección que necesidad. Deambulo de vivencia en experiencia y siento como se me ocurre que es posible hacerlo mejor.

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Al poco tiempo de conocernos le pregunté a Lu si tenía planes para el verano. A las semanas compramos pasajes a Ushuaia. En la conversación le dimos lugar a lo que fuera que pintara. Le dije que lo importante era sentarse en el lado derecho del avión. La respuesta al por qué la encontró en pleno aterrizaje.

En Ushuaia, la transición Barcelona-Buenos Aires se convirtió en una incógnita resuelta. Ya sé cómo quiero querer. Los viajes me esperan como una luz intermitente que a veces se enciende y otras no.

Ante la voluntad de irse lo mejor es decir sí.

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Sasha en su cama natural.

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Sasha tiene canas. Mis viejos cambiaron la casa por dentro. El Peugeot con el que aprendí a manejar ya no está. Los domingos playa larga parece el rosedal por la cantidad de gente que estaciona su auto, pone un par de reposeras y se sienta a tomar mate. Ushuaia está más grande pero tiene el mismo cielo que me veía cuando andaba en bicicleta por los terrenos baldíos del barrio.

Toqué Ushuaia para darme envión, para recordar lo mucho que me gusta manejar en la ruta, dormirme cuando amanece y que me despierte el sol entrando por la ventana redonda de mi pieza a las 10.20 de la mañana -siempre puntual.

la ventana redonda de mi pieza a las 10.20 de la mañana -siempre puntual.

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Canal de Beagle desde el camino al Glaciar Le Martial – diciembre 2016, cerca de las 4am.

Toqué Ushuaia para volver a vivirla.

Se está cocinando una nueva síntesis.

 

Escrito originalmente el 4 de mayo de 2017 en algún archivo perdido de Floren.

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