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Experiencias de viaje, montaña y mochila.
Floren Ferretto en San Sebastián - Viaje de Olga y Floren

Nos despertamos en Getxo. El inglés de la habitación de al lado se fue temprano. Lo escuchamos la noche anterior hablando con la señora de la casa pero nunca lo vimos. Nos levantamos y el lugar seguía mostrándose de diferentes maneras. En el living había libros bien desgastados y eran de todo tipo: tomos de la historia y la etnia vascas mezclados con novelas de Danielle Steel, una colección de enciclopedias, biografías de pescadores y libros de arte moderno.

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Libro depositado cerca de la chimenea en la casona de Getxo.

Al balcón se salía por una pieza que en aspecto era distinta al resto de la casa. Parecía un depósito y tenía olor a perro. Había cajas acumuladas y una cucheta. Cuando salí al balcón me di cuenta de que la señora de la casa dormía ahí. Su perro se levantó, me olfateó un rato y se quedó conmigo. Al rato salió O. y nos quedamos ahí esperando que la señora no se despertara por nosotras.

Se hicieron las 11 de la mañana. Era domingo y ni O. ni yo habíamos mirado cómo salir de ese pueblo o barrio o lo que fuera. Buscamos un mapa en Internet y supimos que sería físicamente imposible, ese día, llegar a Gaztelugatxe haciendo dedo, tener tiempo para visitar San Sebastián y volver desde ahí a Barcelona.

Reservamos un Blablacar para asegurarnos la vuelta. Quedamos con un chico y su auto rojo a las 5pm en San Sebastián. Acomodamos un poco el cuarto, agarramos las mochilas y salimos. Estábamos en un barrio residencial cerca del mar. Las casas eran todas antiguos caserones con columnas en las entradas y ventanas gigantes y techos altos. Calles angostas y tan limpias como un circuito preparado con conos y señales para aprender a manejar. Seguí a O. que sabía dónde tomar el metro para acercarnos a un spot en la ruta.

Una vasca y una francesa nos levantaron en una estación de servicio. Se llevaban un perrito que, en el asiento de atrás con nosotras, no entendía nada. Lo llevaban al país vasco francés, donde ellas habían empezado a vivir juntas.

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Perrito viajero.

Nos dejaron cerca del puente de Santa Catalina en San Sebastián. Buscamos una de las oficinas de información para conseguir un mapa. Había un montón para ver y teníamos solo dos o tres horas. Todavía no habíamos llamado al chico del Blablacar para arreglar un lugar de encuentro. Fuimos a la playa porque el día estaba increíble. En Santander y en Bilbao llovió todo el fin de semana y hacer la fotosínteis y andar en short fue la gloria. Nos metimos al agua sin quitarnos las mochilas y sacamos fotos.

Quisimos llegar al castillo de La Mota, en la cima del Monte Urgul. Por el tiempo solo hicimos la primera parte del camino empedrado que es la Bateria De Las Damas. Respiramos de frente la Isla de Santa Clara y toda la bahía.

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Foto de O. – Floren al borde y la Isla de Santa Clara.

Se hicieron las 4. Llamamos al del Blablacar con poca batería y muy mala señal. Hablé como pude y entendí más o menos las indicaciones que me dio. No era precisamente cerca ni sabíamos cómo ir. Preguntamos en un mercado, preguntamos en la calle. Finalmente llegamos habiéndonos contagiado la sensación de hambre. En el estómago ya ni siquiera se sentían los mates de la mañana.

-Parás en alguna estación de servicio de camino a Barcelona?

– Estación de servicio?

-Gasolinera. No llegamos a almorzar hoy. – le dije al pibe.

-Vale, cuando veamos una aparco el coche.

Pasaron como dos horas. Compramos helados y no me acuerdo qué más como si fuera el último día en el planeta y volvimos al auto como dos nenas con juguetes nuevos y la energía de quien tiene muchas cosas por contar.

Llegamos a la estación de Sants de noche, casi eran las 12 y quisimos cenar algo más por ahí. Buscamos un lugar abierto que solo servía pizza así que pedimos cerveza y esperamos un rato. No sé qué hora se hizo. Agarramos bicis del Viu Bicing y pedaleamos por los Cortes Catalanes con las mochilas en la espalda hasta el Raval. Una imagen divertida. La escapada parecía no tener fin. Un estado de ánimo continuo que nos retroalimentábamos una a la otra. A cualquier ocurrencia de O. yo decía que sí y a cualquiera de mis ideas ella se sumaba. Dejamos las bicis en el Museu d’Art Contemporani y subimos al piso de O. hipnotizadas de sueño. Ya habíamos hablado del próximo destino findesemanal: nos esperaban noches en carpa conociendo la Costa Brava.

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