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Experiencias de viaje, montaña y mochila.
camino al cerro torre en el chalten

Llegamos a El Chaltén desde El Calafate, en colectivo. Salía a las 13hs y nos dejaba en la estación con el tiempo justo para no tener que dormir en el pueblo. Nos bajaríamos y subiríamos a la montaña por el sendero al cerro Torre. Buscaríamos un lugar para armar a Olivia (nuestra carpa) y al día siguiente iríamos a ver el Fitz Roy.

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Bajamos del colectivo y cargamos agua para el mate.

Estábamos por subir las mochilas a la espalda cuando pensé: «dejé el libro en el asiento». Días atrás había conseguido El segundo anillo del poder, de Carlos Castaneda. Decía que las mujeres somos viento y poder y direcciones. Me había enganchado tanto como para cargarlo durante los días de montaña.

Sin pensarlo entré en la estación de nuevo y pregunté a una chica que atendía en venta de pasajes:

– El colectivo de recién, ya se fue?

– Sí.

– Sabés dónde está?

– En una hora y media vuelve a salir desde acá a El Calafate, deben estar cargándole nafta.

Ahí pensé: «es mucho esperarlo una hora y media, encima sin saber si sigue ahí el libro o no». Eran más de las 5 de la tarde y subir la montaña de noche no era el plan. Lu se había quedado con las mochilas afuera. Tenía que decidir rápido qué hacer.

– O en rancho hambre pueden estar – sugirió.

Me imaginé una estancia en medio de la ruta. La chica sacó la tapita de la lapicera con la que estaba jugando o haciendo pasar el tiempo. Marcó la mesa, sobre la que había un mapa del pueblo, y me mostró:

– los choferes suelen ir a este lugar a tomar un café, estás a veinte o treinta minutos, es en la otra punta de El Chaltén. – 30 minutos sonaban mejor que 90.

– Buenísimo, me repetís el nombre del lugar?

– Rancho Hambre.

– Gracias.

Salí y me puse la mochila mientras le decía a Lu que me siguiera o me esperara, que era igual, que buscaba el libro e íbamos al sendero.

Empecé a caminar y Lu me siguió. Cuando ahora lo cuenta dice que yo era un puntito amarillo flúor (tenía el cubremochila puesto) saltarín por el ritmo con el que caminaba por no correr en la calle principal.

Llegué a Rancho Hambre. Era un hotel/restaurant lleno de gente. Había tres colectivos afuera y yo no me acordaba cuál era el que habíamos tomado. Entré y al que atiende le pregunté si sabía en qué mesa estaban los choferes de los colectivos. Me miró con una cara rarísima.

– Dejé mi libro en el asiento, quiero ver si sigue estando- le dije. Su cara se le volvió simpática. Creo que la idea de verme cruzar el pueblo buscando a un chofer para pedirle un libro le dio gracia. Sirvió para que me ayudara.

Me dijo «esperame afuera» y a los cinco minutos salió con dos choferes de colectivo que me preguntaron en cuál había viajado. El primero que llegué a señalar no era. Pero para entonces Lu ya había llegado después de perseguirme y ella se acordaba mejor:

– fue en el de allá – dijo cuando me vio dudando.

– vamos, te abro y subís – me dijo el chofer del que ya ni siquiera me acuerdo la cara (no sé ni si llegué a mirarlo).

Recorrí el pasillo como si estuviera viendo un partido de ping pong. Mirando de un lado a otro, descarté las butacas buscando mi libro hasta que llegué a verlo en el respaldo del asiento.

Bajé con el libro y el chofer me preguntó por el título. Tenía que ser un buen libro para la movida que me mandé. Yo había tenido la intuición de que si movía lo recuperaba y así fue. Era como si por solo haberlo empezado ya tuviera insertada la enseñanza de fondo: actuar y aceptar.

Confiar.

Ahora podía ir al circuito de montaña tranquila.

Caminamos al Cerro Torre con la luz del atardecer.

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[youtube https://www.youtube.com/watch?v=UXkgpzbOO_8&w=560&h=315]

Yapa: foto mía en la mañana siguiente. Toda feliz victoria leyendo el libro mientras desayunaba con Olivia de fondo.

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