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Experiencias de viaje, montaña y mochila.
Lu de camino al Grey en Torres del Paine

Las paredes del glaciar parecen bocas que se abren a una dimensión de luz blanca. La paz salvaje abarca hasta los huesos. Pero seguimos dentro del parque de atracción turística y no es mi tiempo el que uso para mirar atrás. Veo el glaciar como a un grito de niebla alejándose. No puedo tocarlo, se escapa.

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Coincide que el sol descansa y no se muestra y mi mochila no lo guarda . No cargamos el vino del primer día ni las latas de atún y tampoco tenemos más pan. Era el lujo tramposo la falta es lo único real. El frío es palpable en la misma medida que el éxtasis. La puerta está abierta pero los kilómetros siguen haciéndose.

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El juego del quinto día era caminar de 7am a 7pm. Y caminar unas seis horas más al día siguiente y subir al Mirador de Las Torres al siguiente y después bajar y salir del parque para volver a Puerto Natales y seguir camino al Chaltén para seguir caminando otros 4 o 5 días más. 20170315_103539

Era 14 de marzo y nos acordamos de M. porque era su cumple y entonces era todo más especial. Había que ver todo por los que no estaban ahí o por lo que no estábamos viendo en otros lugares. Es lo que toca. Nos despertamos a las 6am. Era de noche y nevaba. Salí de la bolsa y dejé de sentir los dedos. Prendí una linterna y quitamos el cubretecho de la carpa. Llevamos nuestro iglú hasta el techado del campamento. Las mochilas nos pesaron el doble. 20170315_103545

La sensación de que un grano de arena caía a cada paso que dábamos era real. A mí me dolía la rodilla del día anterior y a Lu el peso de la carpa la dejó en silencio un buen tramo. Llegamos al refugio Grey en tres horas y cincuenta minutos. Una hora y media menos de lo que dicen los mapas y de lo que dijo una señora que nos cruzamos en el camino.

El Grey depende de la compañía Vértice Patagonia y es el que está más cerca del glaciar. Está proveído por mercadería que llega desde Paine Grande, en barquitos. Habíamos hecho un buen tiempo pero nos faltaba más del doble para llegar al Italiano. El kiosko abría a las 12 así que esperamos un rato. Queríamos pan. Descansamos del peso de las mochilas y pudimos ver un poco del funcionamiento del complejo. Por ejemplo, que había baños y duchas y que el lugar para cocinar era un salón compartido con calefacción. Que de Paine Grande sale un catamarán en tres horarios diferentes y que un bus te lleva a la otra punta del Parque, donde empieza el camino a Las Torres. Abrieron y pan no tenían.

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Para el Italiano faltaban todavía siete horas así que nos colgamos las mochilas y salimos. Veinte minutos después, cada paso que di vino acompañado de un «a la rodiblla ni cabida». El impulso era el de ir más rápido pero entonces noté que dolía cada vez más. Después de dos kilómetros, se volvió el centro de la escena. Hay que saber cuando parar. Entonces le dije a Lu que no iba a poder caminar 5 horas o más esa tarde. Que si lo hacía lo hacía dejando la rodilla por ahí. Me gusta exagerar a veces pero creo que esta vez estuvo bien decir basta. Y me miró como diciendo a mí me pasa igual y entonces volvimos a ver el mapa que habíamos visto veinte veces, como queriendo inventar un nuevo camino-atajo que no nos rompiera en el intento.

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El día estaba gris pegajoso. Todo parecía apagado. Volvimos al Grey y pagamos la noche mientras empezábamos a pensar en la ducha. Averiguamos los horarios de los catamaranes de Paine Grande. Buscamos un lugar para la carpa. Levantamos el armazón como para marcar territorio y llevamos el cubretecho a un claro para que se secara. El lugar estaba lleno de carpas y gente organizándose -el doble de gente que los días anteriores-. Me acosté encima de una mesa y Lu me hizo osteopatía. Elegimos perder la reserva del campamento Italiano y así de normal se volvió todo.

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Al día siguiente repetimos el ritual de guardado de carpa. Desayunamos el sabor imaginario del pan casero que podíamos comprar en Paine Grande. El camino se había transformado y también nuestros temas de conversación. Cómo te ves en Nueva Zelanda caminando un mes entero? El cielo abierto nos dejó mirar una vez más el glaciar Grey. Las ganas de moverse seguían intactas:

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La información de los carteles es falsa. La cuestión no pasa porque quiera saber qué tan rápido lo hago. Pero cuando pasas una semana caminando y te duele la rodilla, 5km más o 5km menos hacen diferencia. Cuando tenía que aparecer un muelle el valle solo se hizo más interminable. La jugada mental: tener menos info a veces te asegura un mayor disfrute. Algo parecido logras si dejas de escuchar tus propias voces. 20170315_145621

Cuando al cuerpo le da el sol pero el aire es frío, el ambiente es lo más parecido a un paraíso. El efecto de la fotosíntesis, cual plantas, es real. Absorbimos esa energía y seguimos. Estábamos rodeando la cara sur del cerro Paine Grande. Vimos la orilla del lago Pehoé e identificamos los Cuernos del Paine. También vimos el muelle y el refugio como si fueran espejismos.

Compramos pan y queso. Estiré mis piernas como si hubiera corrido 42km. El lugar me hizo acordar a las confiterías del Cerro Castor. Estructuras enormes de troncos donde albergar mucho calor, gente y consumo. El kiosko estaba más equipado que el chino que tengo cerca de mi casa. Conseguimos los pases para el catamarán y subimos.

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Boletos para el catamarán.

Cruzamos el lago entrada la tarde. El trayecto duró media hora y pudimos ver toda la cara del Circuito W. Me saqué las zapatillas. Bajamos y la gente se dispersó. Algunos se metieron en una cafetería al costado del camino, otros se subieron en combis y camionetas. Nosotras no entendimos tan rápido qué era lo que teníamos que hacer. Queríamos llegar al Campamento Central, donde sí o sí teníamos que hacer noche. Esperamos sentadas en una mesa al costado de una calle sin salida. De un momento a otro llegaría un colectivo. Escribimos todo el cambio de itinerario que nos habíamos mandado y cuando lo que menos esperábamos era que cayera alguien con una cerveza para cada una, una agente de viajes se dio vuelta y nos preguntó si queríamos un par.

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Una agente de viajes se acercó a regalarnos cervezas que sobraban de su contingente.

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Atardecer en Torres del Paine.

Llegamos al camping central casi de noche, cansadas. Pude dejar cargando la cámara en la cabina del guardaparques. Compramos huevos para desayunar al dia siguiente y fuimos a armar la carpa. Calentamos sopa en la oscuridad y la tomamos compartiendo cuchara y jarrito, como el resto del viaje. Esa dinámica nos dio encuentro. Nos metimos adentro y a dormir. El día siguiente serían Las Torres.

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