Mientras hacía jaque mate a Lu en un café del centro de Praga, nuestra host de Airbnb nos lo hacía a ambas con la confianza que habíamos construido durante 10 días en esa hermosa ciudad. La noche del miércoles 14/11/2018 era nuestra última noche ahí antes de seguir viaje. Estábamos a punto de salir a tomar una cerveza y a compartir entre las dos una hamburguesa a modo de festejo/despedida cuando nos dimos cuenta de que en nuestra habitación faltaban 1330 USD, 50 euros y 80 libras.

Lo único que pudimos hacer al respecto fue hablar con nuestra host, dedicarle horas a una charla que no nos llevaba a ningún lado. Nos contó su historia, habló con sus hijos, nos contó su pasado. Pero al final de la noche la plata seguía sin aparecer y nosotras seguíamos sin tener una explicación clara al respecto.

Fuimos a la policía junto con la host. No había nadie que hablara inglés, aunque yo con el policía me entendía. Ella hizo de traductora. Quisimos ir a la policía para hacer la denuncia y conseguir alguna respuesta de nuestro seguro médico de viaje (Assist Card). Con ninguna de estas dos entidades pudimos hacer mucho más. La conclusión de ambas fue que «no hubo un acto criminal demostrable». Nos falta la parte demostrable. Porque acto criminal hubo y se hizo por la espalda, en un ámbito privado, tirando por el piso los límites de la confianza y la privacidad que una plataforma como Airbnb intenta sostener y que, en última instancia, solo las personas podemos garantizar.

Para que nos fueramos de la comisaría, el policía y la host nos aseguraron que el papel decía que «robo» era la causa de que perdiéramos el dinero. Ahí no había wi fi, era de noche, no había nadie más ahí. Nos fuimos. Hoy la transcribimos a Google Translate y no está esa palabra ni ninguno de sus sinónimos. No nos sirve como comprobante de nada.