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Experiencias de viaje, montaña y mochila.
Girona, puente, paseo saltoexplorers

Con la misma ropa que bajé del avión en Barcelona me fui a conocer las casas colgantes del río Onyar de Girona. Fue mi primer encuentro fuera de un libro o una película con la historia europea. Yo a lo Pocahontas: venía del sur más sur del mundo para caminar por calles que parecían los pasadizos que me imaginaba de chiquita cuando jugaba al Rey Arturo.

Las calles del centro te transportan directamente a un mundo de tronos y reyes y lo logran mejor que el Palacio Real de Madrid. Tiene túneles que hacen de calles empedradas y cuando baja el sol se oscurece todo excepto las veredas con negocios del siglo XXI. Las paredes se humedecen y en algunas el eco es una constante.

En Girona se filmó una escena de Game of Thrones y la temporada 6 en la que aparecen los escalones de la Catedral en la que estuve sentada con cara de “enserio, uau” sigue estando en mi lista de pendientes.

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Catedral de Girona

Unas semanas después fuimos a pasar el día por pueblitos pero esta vez lejos de la costa. “Lejos” para lo que son las distancias de allá. Digamos que te desvias una o dos horas más y terminas caminando encima de los restos de murallas de Tossa de Mar.

Fue genial porque nos metimos más en los bosques y eso me daba pie para ser un poquito más salvaje y jugar a la exploradora. O quizás una excusa para darle menos bola a la relación pública agendada de esos días.

Casas colgantes
Castellfollit de la Roca. Casas colgantes vistas desde la ruta.

Besalú y Rupit son bastante turísticos y no dejan de parecer maquetas al estilo Tierra Santa en Buenos Aires. Con la diferencia de que la gente vive ahí posta. Y, más que una Biblia, parece todo un cuento de los hermanos Grimm. Las casas tienen ventanas saliendo de una piedra o una roca enorme les sirve de techo. Lagunas que parecen encantadas por brujas, bordeadas con plantas que de tocarlas te cambiarían el color de la lengua. O algún cuento así.

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Como se ve en el video, hay ponts penjants (puentes colgantes), ríos que bordean una muralla a lo castillo medieval; puertas de la altura de mi hombro y balcones que parecen salidos de una barricada en plena Revolución Francesa.

Cuando llegamos a Rupit ya se hacía tarde. Recorrimos el pueblo rápido y nos fuimos al bosque, hasta la Ermita de Santa Magdalena.

Un año después tardo más extrayendo sensaciones de la memoria cual desenredo de pelo que en editar los videos. Todo por no haber escrito nada o, visto de otra forma, por estar viviéndolo a pleno y sin registrarlo. Fueron seis meses de un ritmo imparable y una locura hermosa.

Los libros de bolsillo son ediciones que industrialmente cuestan menos y se venden más. A estos lugares los nombro pueblitos catalanes de bolsillo no solo por los tamaños de sus puertas y paredes. También por conservarse para ofrecer una opción turística: se convierten en atracciones. A todos nos gusta sentir que viajamos en el tiempo. Estos pueblitos de Cataluña activan alguna parte de la economía.

De Cataluña prefiero respetar el deseo de independencia que tienen muchos de los catalanes que conocí, casi como si fuera su definición de identidad de género. Los profes en la facu sonreían cuando les decía que entendía catalán. La clase la daban orgullosos de sus orígenes, imperturbables. Me miraban a los ojos y decían “alors, les xarxas y els mitjans del sistema català blablabla”.  Admirados de sí mismos te envolvían en un universo de bienvenida independentista que parecía una parodia. Vivimos de ficciones y cajas pero qué historia te contás y qué tan grandes son tus cajas. Eso es lo interesante.

La independencia de Cataluña tiene muchos lados a mirar antes de hablar. Así como tuve buenas experiencias, algunos de los más radicales que conocí no tienen la intención de salir de su comodidad. No escuchan al “otro”, “de afuera”, “extranjero” que les habla. Expresan una percepción bastante cerrada de lo que son los otros y ellos mismos. De España conocen lo que se sabe leyendo un diario sobre “lo mal que está” que la corona gaste plata en viajes de caza a África. Y en base a eso juzgan a todo el país pero nunca pisaron Madrid. Muchas noticias sirven como distracciones de lo que verdaderamente pasa detrás.

De nuevo digo, algunos radicales son así, no todos. No estoy definiendo ni juzgando una nacionalidad porque no me metería a hablar de eso como si nada. Es una mente-cerrada que se encuentra en cualquier país, ciudad o pueblo del mundo lo que quería mostrar: gente que está verde.

Viviendo allá pude pensar un poco en el tema. Esa autonomía que viene con ellos quizás es así gracias a una suma de tradiciones como la del día de Sant Jordi. Ahí terminas el día con libros nuevos y regalando literatura o poesía a otras personas. Más allá de la historia y la carga “romántica” detrás de cada 23 de abril catalán, lo que vi los días después fue que en el tren mucha gente empezaba un libro nuevo, que se metía en otro mundo por un rato. Y en la lectura se cocina el pensamiento propio, lo independiente, la imaginación. Eso, como mínimo, es un guiño de su cultura.

Conocí gente grosa, que se abre, que opina, que se informa y habla con el resto porque se mueve, que te deja sentado porque lo que vale es escucharlo hablar y verlo convencido o no, compartiendo datos concretos, desenredando sus propias razones, con la libertad de decir “nunca-me-sentí-español”. Y listo, cada uno a su vida y como quiera vivirla.

La gente piola por suerte se encuentra esparcida por el mundo y quizás no se siente ciudadana de ninguna parte. O se siente de un lugar determinado y está abierta a hacer sentir cómodo a quien la visite, sea de donde sea. Esa gente fue de lo más lindo que pude ver y conocer allá, desde mi llegada y hasta que volví a subirme a un avión de vuelta a Argentina.

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