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Experiencias de viaje, montaña y mochila.

Parte II. Las personas, los países y viajar con tu mejor amigo.

Entre mates, risas y el ruido del tren y la lluvia de fondo, seguimos la entrevista de Cami sobre lae experiencia de su viaje en Falcon por América Latina. La primera parte la podés ver acá.

 ¿Te quedó gente allá?

C: Sí. Sí, claro. En todas partes. En Itajaí nos quedamos un mes en el lugar de una familia brasileña que se volvió la nuestra. De hecho, les decíamos “mamá” o “tíos”, “hermanos”.  En Lima estuvo este chico… vos lo conocés (hablándole a Lu), fue como un hermano para nosotras. Uno puede perder un poco el contacto después pero de repente hablamos un día y sabemos lo que vivimos. También me acuerdo de un chico que conocimos en Brasil. Ni siquiera una hora compartimos, con solo unos mates fue increíble lo que hablamos con él… sobre los sueños, las tristezas… de un montón de cosas. Después se fue y no lo vimos más… nos dejó un regalito en el auto. No sé, empiezo a sentir que la vida está en los detalles, en otras cosas a las que uno no está acostumbrado. ¿A vos, o me toca a mí? (pasa el mate).

L: Sí, a mí.

Vani, Cami y Enero.

C: Afectos, entonces, sí… un montón, en todas partes. Sobre lo que hablábamos de aprendizaje, algo que yo aprendí y Vani creo que también, es que te encontrás con cosas interiores, cosas de cada uno que son difíciles, porque uno está saliendo todo el tiempo de la zona de confort y ahí afuera hay cosas que uno desconoce completamente. Entonces te encontrás con eso y, como individuo, te ponés en frente de una cultura, una persona, una costumbre que no conocés. Estás todo el tiempo con reacciones propias que quizás desconocías porque nunca las habías vivido en vos y que son difíciles. Uno se encuentra todo el tiempo con cosas geniales, difíciles, con cosas para aprender. Hay de todo. Son cosas de conocerse a uno mísmo, un aprendizaje de vida. Algo importante que rescato es el encuentro de la simpleza. De la simpleza se aprende un montón. Nada parece ser tan importante como ciertas cosas que sí valen la pena. El afecto, el amor, la salud y las cosas básicas para sobrevivir, como la comida y tener un lugar donde estar. Es fantástico vivir eso, vivir esa certeza de que todo lo demás no importa tanto. Cuando las personas entienden lo que estás haciendo sacan un poquito de sí también, ahí comparten cosas de ellos, de todo tipo, con nosotras. Porque para las personas también, estamos de paso. No hay peso en eso. No hay compromisos. Entonces te comparten: felicidades, sueños, angustias, deseos. Ves reflejado tu viaje en los demás y eso es fantástico. Mirar a la gente y ver su alegría…

F: Quizás se hace más evidente que pensar «si da o no da» en realidad esconde una mascarita que tenemos para contener cosas de uno que al final nos son comunes a todos.

C: Sí. Y que al final son construcciones. Construcciones sociales.

¿Y hubo diferencias entre países? ¿Cosas que les hayan pasado en lugares específicos?

C: Nosotras quizás nos fuimos con la idea muy naif de “sudamérica unida” o de “¡Vamos Latinoamérica!, somos hermanos”, «En casa está todo bien…”. Pero hay un detrás de escena muy pesado. Un legado histórico muy pesado. La conquista, las muertes, los desarraigos. Entendimos, más allá de que nos costó y nos dolió un montón entender que venimos de Europa. En Argentina y sobretodo el legado histórico de Buenos Aires como capital, es mirar a Europa.  Esa fue la sensación que tuvimos. Salimos de Río de Janeiro y éramos “gringas acá y gringas allá”. Y nosotras decíamos “no, pará, soy Argentina y no soy gringa”. Y nos decían “sí, sos gringa”. Éramos gringas porque somos rubias y, desde el vamos, en muchos lugares el gringo fue el que hizo daño. El gringo fue el que mató a la familia y que dejó sin trabajo a este y al otro. Eso es lo importante. Ese es el tema. El rubio fue el que hizo daño a la cultura. Entonces… por momentos fue difícil encarar eso. Nos empaquetaron en esa. Nosotras decíamos “pero yo vengo con la mejor, vengo a sentarme con vos a contarme y que me cuentes». Y por ahí era un «no, volvete a tu país”, «¿Qué hacen acá las gringas?».

F: ¿Gente con la que hablaban o gente alrededor que no se acercaba por eso?

C: Sí, gente al paso. O personas no cercanas, digamos. Con una distancia muy marcada. No había forma de hacer entender que “espera, somos de Argentina, somos del mismo continente”. No, éramos Estados Unidos o Europa. Cuando no éramos de Australia o no sé…

Cami y Vani llegando a Perú.

 

C: Entonces, bueno quizás cambias un poco la postura. Te pones más en «bueno, a ver con quién me encuentro» y a partir de lo que me encuentro voy a hacer o ser… a ver…, en fin, a adaptarme un poco más para ser bienvenida. Hubo un montón de cosas así. Por ejemplo, nosotras vendíamos artesanías en el camino. Una vez, llegando a un Volcán en Ecuador, donde había un pequeño poblado antes, llegamos con el auto y pusimos las cosas arriba del capó. Fuimos a comprar algo para tomar y salió todo el mundo a comprarnos cosas a nosotras. Claro, no había mercados ahí. Al no haber cosas nuevas… lo que para nosotros era una pulserita para ellos era “la moda”. Usaron nuestras pulseritas al toque. Pasó una persona que vendía algo también y de repente nos compró un montón de cosas a nosotras y eso fue genial, algo de intercambio que nos ayudaba también en el viaje, en medio de un pueblo perdido…

Después, culturalmente, hay muchas diferencias, claro. En la forma de comer, en los mercados… que son fantásticos. Se come mucho más en la calle. Siento que después nos íbamos amoldando a las pequeñas diferencias que íbamos encontrando. Los pueblos andinos son muy distintos a los de la costa. Colombia, Cartagena, para mí fue dificil ahí. Viéndolo con perspectiva creo que es genial que haya sido difícil porque quiere decir que no vivimos como turistas metidas en el hotel. Si bien durante unos días sí… porque nos fueron a visitar familiares que aprovechaban el destino «Colombia»… apenas se fueron ya estábamos durmiendo en la calle con el auto de nuevo y era vivir en el auto día a día.

Nos  gustaría que cuentes algo de lo que fue viajar con Enero, tu perro…

C: Bueno… Enero es un angelito que debe estar por acá, en ese momento era mi perro. Bah, en realidad, el perro con el que yo vivía. Lo había encontrado hace muchos años en la calle. Se lo dí a mi abuela porque yo ya no tenía lugar y cuando falleció mi abuela vino a casa. Desde el principio, que se lo dí a mi abuela, el vínculo con Enero fue muy fuerte porque siempre esperaba que yo llegara. Lo había rescatado de malos momentos y eso hizo como la base de ese vínculo. Era muy fuerte. Los primeros viajes que me animé a hacer «sola» fueron a Uruguay y los hice con él. Me animé a hacerlos con él. Siempre digo que el fue el maestro de la libertad porque veía en él lo simple que era estar en el momento y disfrutar de ir a caminar y que no pasaba nada. Es eso, no pasa nada. Entonces, cuando fue el viaje para mi no había otra opción. Era ir con él.

L: El único que no se negociaba. Todo el resto estaba ahí.

Enero por arrancar el Falcon.

C: Ni siquiera sabía que iba a ir con Vani. Osea, no estaba todo confirmado. Sabía que iba con él y con el auto. Después se veía. Vani sabía que desde el vamos Enero venía. Era muy viejito. No había chance para mí de dejarlo. Era abandonarlo. El viaje con él, en sí, estuvo fantástico. Hacerlo con él fue una experiencia maravillosa. Los 4, Vani, Enero el Falcon y yo éramos un equipo. Éramos un equipo y todos teníamos que estar bien para disfrutar del viaje. Si el auto, Enero o cualquiera de nosotras dos no estábamos bien, el viaje no estaba bien. A mí nada me saca la tranquilidad de que fuimos juntos y vivimos algo maravilloso. Nunca me hubiera perdonado si en el viaje me llaman diciéndome que él estaba enfermo y que estaba muriendo y yo sin poder estar ahí. El viaje con un perrito es un viaje con un perrito. Tenés que saber que va a haber cosas maravillosas, compartir cosas en la playa, en el mar, caminando en parques y plazas con tu perro. Pero bueno tiene sus limitantes como puede ser viajar con un bebé o con un anciano. Es limitante y es importante saberlo. Al final él se enfermó y la vivimos con cuerpo y alma también.

¿Dónde estaban cuando se enfermó?

C: Estábamos en el norte de Perú cuando nos enteramos. Ya habíamos decidido volver, estábamos en eso. La decisión de volver fue por el calor, principalmente. Parte de lo que dije antes, de no tener consciencia de que él era tan viejito, fue porque ignorábamos las dos que iba a hacer tanto calor y que la iba a pasar tan mal con eso. A veces se la pasaba abajo del auto. Quizás si en otro momento tengo otro perrito viejito, elijo hacer otro tipo de viaje. No ese viaje. Otros perros se la bancaban mejor. Quizás eso fue lo que más nos afectó a todos… el calor. Yo personalmente estaba intolerante con el calor. Estaba insoportable con el calor sumado a algunas otras cosas que me estaban pasando… decidimos volver. Habíamos dicho de ir a Alaska, teníamos la plata para cruzar el canal pero nos íbamos a quedar sin un mango e íbamos a tener que laburar y laburar después. Vani había implementado el hecho de decir: «Bueno, hasta acá tenemos dos opciones. Cerremos los ojos y  pensemos bien las dos opciones. Pensa en esta y fijate qué sentís y pensá en la otra y fijate qué sentís». Para mí era clarísimo que si pensábamos en volver sentíamos una felicidad absoluta, yo especialmente. No se imaginan la felicidad que sentimos cuando avisamos que volvíamos. Fue difícil, costó, uno quizás ya tiene armado lo que iba a hacer, la familia también… pero decirlo fue compartir esa alegría de una decisión tomada.

L: Quizás pienso en el panorama y la diferencia entre decidir con la cabeza, mi cabeza dice que tenemos este objetivo o esta expectativa. Mientras que decidir con el corazón y decir «la verdad es que sentimos  que queremos volver» y volvemos es una buena lección para la vida cotidiana, ¿no? De estar atentos a qué voz escuchamos y qué distinta la sensación de escuchar a una o a la otra.

C: Total. El viajar así te hace tener exposición social y hace que sientas que tenes que vender el viaje a todos o que tengas que hacer esto o lo otro. Es muy fácil ponerse en ese lugar. Voy a Alaska… Sigue siendo mi sueño, quiero ir en auto y vivir el camino a Alaska. Digamos es el camino a Alaska, no ir a Alaska. Pero es muy fácil después cuando la gente se saca fotos con uno, que te filman, te entrevistan o te hacen firmar autógrafos… osea ¿qué? ¿un autógrafo? Es muy fácil caer en esa. Entonces de repente es salir y decir «no, no, pará. Somos nosotras dos. Es nuestro viaje y nuestra vida». Porque es una vida lo que uno está llevando.

Amores como pocos. Enero y Cami.

 

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